lunes, 17 de enero de 2011

Geocentrismo vs heliocentrismo. (Parte III - última)

El geocentrismo en las Sagradas Escrituras.
A pesar de lo que decía Galileo, no hay ningún pasaje bíblico apoyando la hipótesis heliocéntrica, por el contrario se apuntan varios cientos a favor de la geocéntrica. Galileo utilizaba a su favor el pasaje de Josué mandando detenerse al sol en Gabaón (Jos 10,12-14) , pero los argumentos que aporta son de muy poco peso. Más claro no puede estar narrado: “Y el sol y la luna se detuvieron…” (Jos 10,13); una frase que no procede de Josué sino del Espíritu Santo. La afirmación es muy precisa ya que menciona, no sólo la detención del sol, sino la de la luna, que cumple la función de marcador referente, como un reloj parado indicando que se ha detenido el tiempo astronómico. Si Dios no dijera aquí la pura verdad muy bien se le podría acusar de ‘mentiroso’. El Magisterio dice: «… y está tan lejano de ser posible que cualquier error pueda coexistir con la inspiración, ya que la inspiración no sólo es esencialmente incompatible con el error, sino que lo excluye y lo rechaza tan absolutamente y necesariamente como es imposible que Dios mismo, la suprema Verdad, pueda pronunciar aquello que no es verdad» (León XIII en Providentissimus Deus 1893). La doctora en teología Paula Haigh afirma: «Quien mantiene que un error es posible en un pasaje auténtico de las Sagradas Escrituras está pervirtiendo la noción católica de inspiración, o bien está haciendo a Dios el responsable de ese error».
Entre los versículos más explícitos reafirmando el geocentrismo citemos también:
* “Pusiste la Tierra sobre sus bases para que ya nunca se mueva de su lugar” (Sal 104, 5).
* “
Dios la afirmó (a la Tierra) para que no se mueva jamás” (Sal 93,1), (I Cr 16,30). “El Señor afirmó la Tierra, para que no se mueva” (Sal 96,10b).
* “Dios extendió el norte (el firmamento) sobre el vacío y 
colgó la tierra sobre la nada” (Job 26,7).
* “Una generación se va y la otra viene, y 
la tierra siempre permaneceSale el sol, y se oculta, y vuelve pronto a su lugar para volver a salir. Sopla el viento hacia el sur y gira luego hacia el norte; dando vueltas y vueltas, y retorna sobre su curso” (Eclesiastés 1,4-6).
Este último es especialmente esclarecedor del geocentrismo, pues habla con una gran profusión de datos sobre la situación de reposo permanente de la tierra, así como del movimiento diurno del sol. Otro versículo que fue discutido en el primer proceso de Galileo es el siguiente:
* “Nace el sol por un extremo del cielo, y avanza por su circuito1 hasta llegar al otro extremo, sin que nada escape de su calor” (Sal 19,6).
La afirmación inspirada de (Sal 19,6) es de suprema importancia, pues conecta dos hechos científicos asociados al sol: (a) su movimiento circulatorio hasta completar una vuelta, y (b) su calor radiante por allí donde circula. Los exégetas siempre han dicho que habría una gran incongruencia en este pasaje si el Espíritu Santo hablara metafóricamente del primer hecho y literalmente del segundo, pues es un hecho indiscutible que el sol irradia energía a lo largo de su trayectoria.
El geocentrismo para los Padres y Doctores de la Iglesia.
En ningún momento los Padres mencionan que el sol sea el centro del universo, y tampoco mencionan que el sol se halle inmóvil. Por el contrario todos coinciden en decir que la Tierra es el centro del universo, así como que la tierra se mueve y su existencia es anterior a la del sol. Unos ejemplos de ello:
Mira primero el firmamento del cielo, que fue creado antes que el sol. Mira la tierra, que comenzó a ser visible y ordenada antes que el sol iniciara su curso.” (San Ambrosio, “Los seis días de la creación” 4,1).
Hay investigadores de la naturaleza que con grandes discursos dan razones para la inmovilidad de la tierra… no sin razón o por casualidad la tierra ocupa el centro del universo, su lugar natural. Por necesidad está obligada a permanecer en su sitio, a menos que un movimiento contrario a la naturaleza llegará a desplazarla de él”. (San Basilio, “Nueve homilías sobre el Hexameron”)
La noche acontece cuando el sol está bajo la Tierra, y la duración de la noche es el viaje del sol bajo la Tierra desde su puesta hasta su salida”. (San Juan Damasceno, “La fe ortodoxa”).
Al igual que los Padres de la Iglesia, todos los teólogos ortodoxos y doctores de la Iglesia han mantenido con firmeza la posición preponderante de la tierra en el firmamento y el movimiento real del sol, no concediendo ninguna posibilidad al sentido metafórico o simbólico de este movimiento solar. Así por ejemplo el cardenal Roberto Belarmino, santo y Doctor de la Iglesia (además fue profesor de Astronomía, entre otras en la Universidad de Lovaina), dejó escrito en una memorable carta del 12 de Abril de 1615:
« Decir que asumiendo que la tierra se moviera y el sol permaneciera fijo, las apariencias son salvadas mejor que con excéntricas y epiciclos, es hablar bien; no hay ningún peligro en esto y ello es suficiente para los matemáticos. Pero querer afirmar que el sol realmente está fijo en el centro de los cielos y únicamente revoluciona alrededor de sí (girando a través de su eje) sin viajar de este a oeste, y que la tierra está situada en la tercera esfera y revoluciona con gran velocidad en torno al sol, es una cosa peligrosa, no sólo por irritar a todos los filósofos y teólogos escolásticos, sino también por injuriar nuestra Santa Fe y suponer falsas las Sagradas Escrituras. Su Reverencia ha demostrado muchas formas de explicar la Sagrada Escritura, pero no las ha aplicado en particular, y sin duda usted lo habría encontrado eso más difícil si hubiera intentado explicar cada uno de los pasajes que usted mismo ha citado».
2
El geocentrismo en las Revelaciones Privadas.
Las revelaciones del Señor a santa Hildegarda de Bingen.
Dios parece haber escogido a una mujer del medio de Europa, nacida en la Edad Media, para darle revelaciones dirigidas a todos los hombres para todos los tiempos. Particularmente importantes para nuestros tiempos son las revelaciones científicas, cuando los cristianos europeos han perdido ya la confianza en la inerrancia de la Biblia, y los científicos han optado irresponsablemente por la total ruptura entre la ciencia y la teología natural, y han abominado de la filosofía escolástica. Entre las revelaciones que recibió santa Hildegarda3 están los más sorprendentes tratados de cosmología jamás narrados, descritos con todo lujo de detalles, con sencillez pero dando respuestas a cuestiones que incluso la ciencia moderna se ha visto incapaz de dar soluciones.
Por ejemplo, en su obra “Liber divinorum operum” (1163-1174), Hildegarda aporta explicaciones sobre el origen de la gravedad, algo que no han logrado hacer los científicos en la total historia de la ciencia. También explica la naturaleza del espacio exterior y sus implicaciones, y explica la mecánica del movimiento solar y el sistema planetario desde una perspectiva tychonica, tal como la que defendemos nosotros aquí. Y lo hace más de 400 años antes que Tycho Brahe estableciera este sistema en completa oposición al sistema de Galileo. De acuerdo a las visiones de santa Hildegarda, la Tierra se encuentra inmóvil en el centro del universo, sirviendo como centro de los cuatro puntos cardinales del cosmos. Un universo que es finito y esférico. Sus visiones dejan perfectamente claro que todo el firmamento rota alrededor de la Tierra estática. Rodeando a la Tierra hay seis capas de diverso espesor compuestas de fuego, agua o aire4. Las dos capas más externas están formadas por fuego (plasma). Justo debajo de estas dos aparece una banda de éter. Puede verse en los gráficos que hemos preparado (Figura 14 a-b) el origen de las estaciones según estas revelaciones: el sol participa del movimiento rotacional de todo el firmamento, salvo que una corriente contraria del fluido éter le hace retroceder casi un grado al día, y otra corriente transversal le produce un giro de ascenso-descenso. Algunos escépticos acusaron a la abadesa de Bingen ante el Santo Oficio de estar poseída diabólicamente. Mientras la comisión nombrada por el papa Eugenio III (1145-1153) investigaba el caso Santa Hildegarda fue exorcizada preventivamente. Finalmente, el veredicto dictado por el obispo de Mainz, Monseñor Heinrich, fue que sus visiones tenían origen divino.
¿Ha sido revocada la condena de Galileo?
Durante el pontificado de Urbano VIII, en 1633, ante el Tribunal de la Inquisición, Galileo fue acusado y hecho abjurar –no por enseñar ciencia incorrecta- sino por sospechoso de herejía. Todos los libros afirmando que la Tierra se mueve fueron colocados en el Índice. En 1664, el Papa Alejandro VII sacó la bula Speculatores Domus Israel en la que fijaba un nuevo Índice condenando todos los libros “que enseñasen de cualquier modo el heliocentrismo”.
Poco después del Concilio Vaticano I de 1870, en el que se definió la infalibilidad del Papa, y a consecuencia del gran debate surgido por esa causa, un reverendo anglicano inglés, P. William Roberts, que erróneamente creía que el heliocentrismo había sido probado científicamente, realizó un laborioso trabajo5 recopilando los antiguos decretos de la Iglesia de Roma contra el heliocentrismo. Su objetivo era probar que los papas habían caído en el error cuando hablaban “ex cathedra”, paradójicamente su trabajo probando que los decretos papales habían mantenido invariable la condena del heliocentrismo, a pesar de toda presión externa e incluso interna, es ahora considerada por algunos como una excelente prueba de la infalibilidad papal, y ha supuesto para algunos protestantes geocentristas el motivo principal de su conversión a la Iglesia Católica de Roma.
Como ya hemos visto, el heliocentrismo no pudo ser probado científicamente (¡no es posible hacerlo!), a pesar de los grandes esfuerzos que desde 1887 se hicieron con los experimentos del tipo Michelson-Morley, sin embargo, quizás porque Galileo inicialmente afirmó que él lo había observado con su novedoso telescopio en el sistema de Júpiter y sus satélites (era una prueba incorrecta), o porque algunos clamaron erróneamente que los principios matemáticos de Isaac Newton lo probaban de manera formal, a pesar de todos los decretos condenatorios, esta herejía pronto se extendió por todas las universidades católicas y quedó fuera de control. En ello también influyó notoriamente la ansiedad de los protestantes por probar como fuera que los decretos papales de Roma eran falibles. Así llegó el convulso siglo XX con sus teorías científicas alienantes, como la Relatividad, el espacio-tiempo curvado, el Big Bang, los agujeros negros… que llevaron a la ruptura aparentemente definitiva entre la ciencia y la teología. Como dice Robert Sungenis6, a los apologetas de la Iglesia de este siglo sólo les quedaron dos opciones:
a) Aceptar las afirmaciones de los poderosos científicos, reafirmando la postura de Copérnico, “la tierra no es un lugar privilegiado”, y entonces tener que dar intrincadas explicaciones para seguir manteniendo que el Espíritu Santo guía a la Iglesia”.
b) Mantenerse firmes en la certidumbre que el Espíritu Santo guía a la Iglesiay por tanto concluir que el geocentrismo es una verdad, pese a las presiones fortísimas de los científicos y de quienes les apoyan.
Tristemente, la mayoría de apologetas optaron por la primera postura, y en su postura ultramontana retorcieron la doctrina de la Iglesia. Durante la primera parte del siglo XX, los papas aún no vieron la necesidad de estudiar este asunto. Pero al final del siglo XX, Karol Wojtyla, que tenía una gran formación en filosofía personalista, pero creía que el geocentrismo estaba científicamente refutado, consideró que había llegado el momento de tratarlo en serio, y en 1979 expresó su deseo de tener un amplio estudio del “caso Galileo”. En 1981 organizó una comisión para hacerlo, con miembros de la PAS como participantes preferentes, por lo que es pertinente conocer un poco la estructura de la PAS.
La Pontificia Academia de Sciencias (PAS) es la heredera de la Academia dei Lincei (Academia de Ciencias de Roma) establecida en 1603 por el pontífice Clemente VIII. Finalmente en 1936, Pío XI la reestructuró en su forma y nombre actual. Se describe la PAS como una fuente de información científica objetiva puesta al servicio de la Santa Sede y de la comunidad científica internacional. Los candidatos a ser miembros de ella son elegidos por la propia Academia y son nombrados por acto soberano del Santo Padre, y su pertenencia a la PAS es de por vida. Actualmente hay unos 90 miembros, 30 de los cuales han obtenido el Premio Nobel en sus respectivas especialidades. Lo novedoso del PAS del siglo XX y XXI, algo impensable en otras épocas, es que muchos de sus miembros no sienten ningún compromiso con el Cristianismo, y muchos de ellos se declaran y actúan como ateos o agnósticos. Tenemos claros ejemplos de ello en Stephen Hawking o en Paul Davies, que incluso alardean de ateísmo en sus obras divulgativas. En realidad, en los trabajos cosmológicos de la Academia hay una fuerte tendencia a adherirse a posturas contrarias a las enseñanzas oficiales de la Iglesia Católica7.
Respondiendo a una cuestión que le hicieron sobre la PAS, el Arzobispo Monseñor Luigi Barbarito, Nuncio Apostólico Emérito de Gran Bretaña, comentó: «Sobre este cuerpo yo diría que no tiene autoridad en materia de fe y de doctrina, y expresa únicamente las vistas de sus propios miembros que pertenecen a creencias de diversas religiones».
El 31 de Octubre 19928, después de recibir las conclusiones del larguísimo estudio de la comisión presidida por el Cardenal Paul Poupard, el papa Juan Pablo II dio un breve discurso ante la PAS. A pesar que se trataba de una sesión privada entre el papa y la Academia científica, toda la atención mundial pareció confluir allí ese día para escuchar el “mea culpa”de la Iglesia, que, por supuesto, no llegó. Las conclusiones del estudio que presentó el Cardenal Poupard -como era de prever- fueron muy condescendientes con la postura de Galileo y, en cambio, extremadamente críticas con la de los teólogos de la Iglesia. Luego le tocó el turno al Papa. En su breve discurso9, Juan Pablo II no aportó nada –oficialmente- nuevo sobre el caso, lo cual dejó muy contrariados a más de un miembro de la comisión, y probablemente también a los representantes de los medios informativos. El papa Juan Pablo II, a pesar de la neta carga heliocentrista que tenía que soportar mediante algunos díscolos miembros de la PAS, hizo un breve y discreto discurso con motivo de la presentación de las conclusiones por parte de la comisión encargada del estudio del ‘caso Galileo’. La mejor prueba de ello es el disgusto y enfado que se llevaron algunos miembros de esta comisión al escuchar este discurso ‘light’. Así por ejemplo, P. George Coyne, que fue miembro de esta comisión, lo catalogó en un escrito como un “intento de disipar el caso Galileo10, allí se lamentaba de que no apareciera en él ninguna mención al Santo Oficio, ni del mandato judicial de 1616 a Galileo, ni de la abjuración que se le ordenó, ni de la mención a los papas Paulo V ó Urbano VIII. En lo último, añadimos nosotros, el Espíritu Santo sí estaba actuando, y allí no hubo bula, ni encíclica, ni decreto, ni abrogación, ni derogación. Después de más de diez años de extenso trabajo de la comisión, el único resultado fue ese breve discurso –sin ningún compromiso- dirigido a un pequeño cuerpo de especialistas, y totalmente exento de retractaciones o levantamientos de la condena de Galileo, y por supuesto, Juan Pablo II no tuvo necesidad de pedir perdón de errores suyos ni de sus predecesores en materia de hermenéutica bíblica, errores que no se dieron factualmente.
A pesar de todo ello, fueron muchos los titulares de los medios de información que distorsionaron completamente el sentido del discurso: «Juan Pablo II reconoce el error que cometió la Iglesia con Galileo y pide perdón por ello». «El Vaticano rehabilita a Galileo»… Afirmaciones absolutamente tendenciosas. En estos titulares subyace el sueño ‘laicista’ de mostrar a un Pontífice de la Iglesia Católica errando en una sentencia o declarando que otros Pontífices erraron en el pasado. Vamos a finalizar haciendo un repaso de algunos puntos de ese discurso9.
Karol Wojtyla, que, como todo europeo del siglo XX, fue educado como si el geocentrismo hubiese sido apartado definitivamente de la ciencia, creía erróneamente en el movimiento de la tierra. La misión de la Pontificia Academia de Ciencias era indicar al Papa que no hay ninguna prueba irrefutable que confirme ese movimiento. Quizás algún miembro de ella debería pedir perdón a la Iglesia por no haber informado al Papa sobre el estado actual de la ciencia, como era su deber. Aún así, en ninguna parte de su discurso Juan Pablo II rehabilita a Galileo –que por cierto había ya abjurado12 irrevocablemente de su antigua opinión favorable al heliocentrismo. Juan Pablo II hizo lo que pudo por desentrañar los oscuros aspectos de ese caso.
- «Una doble cuestión hay en el núcleo del debate de Galileo. La primera es de orden epistemológico y concierne a la hermenéutica bíblica…Galileo no hacía distinciones entre el enfoque científico al fenómeno natural, y lo que generalmente pide hacer este enfoque es una reflexión en el orden filosófico. Ésta es la razón por la que él rechazó la sugerencia que se le hizo de presentar el sistema de Copérnico como una hipótesis, en la medida que éste no había sido confirmado por alguna prueba irrefutable. (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.5)
Juan Pablo II reafirma aquí la correcta actuación del Tribunal del Santo Oficio al reconocer implícitamente que, sin una prueba irrefutable, la Iglesia no estaba obligada a aceptar el heliocentrismo. Como corolario puede afirmarse que tampoco lo está ahora, pues sigue sin haber una prueba irrefutable. Nadie la ha presentado hasta la fecha actual.
- «…la representación geocéntrica del mundo era comúnmente admitida en la cultura de aquel tiempo como completamente de acuerdo con las enseñanzas de la Biblia, de las que ciertas expresiones tomadas literalmente parecían afirmar el geocentrismo».(Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.5)
Juan Pablo II admite que el sentido literal de la Biblia parece conducir al geocentrismo, y es que –recordamos nosotros- una nota distintiva de la Iglesia Católica, al menos durante los primeros 17 siglos, ha sido la defensa del sentido literal de la Biblia. Entre las reglas de la hermenéutica bíblica que indica León XIII en “Providentissemus Deus” (1893), está la ‘regla de S. Agustín’: «No apartarse del sentido literal y obvio, a no ser que alguna razón la haga indefendible o la necesidad lo requiera». En el caso del geocentrismo no aparece ninguna razón para apartarse del sentido literal.
Siguiendo con el discurso, Juan Pablo II dice a los miembros de la PAS:
- «El propósito de vuestra Academia es precisamente discernir y hacer conocer, en el presente estado de la ciencia y dentro de sus propios límites, lo que puede ser contemplado como una verdad adquirida o al menos disfrutando de tal grado de probabilidad que sería imprudente y fuera de lo razonable rechazarla». (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.13)
Aquí Juan Pablo II recuerda los cometidos de la Academia de hacer conocer las certezas o hechos irrefutables en el presente estado de la ciencia. La expresión “dentro de sus propios límites” parece referirse a los límites tolerados por el Magisterio y las enseñanzas ya declaradas verdad por la Tradición de la Iglesia.
El aspecto más polémico de este discurso es la mención a los ‘teólogos’ del tiempo de Galileo, pero sin mencionar específicamente a ninguno en particular:
- «Así, la nueva ciencia, con sus métodos y la libertad de investigación que esto implicaba, obligaba a los teólogos a examinar sus criterios de interpretación escrituristica. La mayoría de ellos no sabían cómo hacerlo». (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.5)
- «
La mayoría de teólogos no percibían la distinción formal entre la santa Escritura y su interpretación, lo cual les llevaba a transponer indebidamente al dominio de la doctrina de la fe una cuestión relativa a la investigación científica». (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.9).
El doctor en Teología, Robert Sungenis, indica: «No hay razones para dudar de la capacidad interpretativa de los teólogos del siglo XVII, en realidad la mayoría de ellos eran exegetas muy experimentados, y prueba de ello es que fueron capaces de detener la rebelión Protestante que ocurrió prácticamente en el mismo tiempo. ¿Cómo podrían ellos haber sido tan astutos contra la teología protestante y tan obtusos contra la teología de Galileo?. Varios de estos teólogos intervinieron en el Concilio de Trento, disponiéndolo con tal claridad que no permitía ninguna desviación del consenso de los Padres en cuanto a la interpretación bíblica». Por el contrario, la interpretación que hace Galileo de los pasajes bíblicos es burda e ingenua (por ejemplo su interpretación de Jos 10,12-14) .
Otro punto polémico es que la comisión parece creer que el caso Galileo “está cerrado” desde 1820 a favor del copernicanismo de Galileo, y entonces no serían pertinentes discusiones posteriores.
- «El Cardenal Poupard igualmente nos recordó cómo la sentencia de 1633 no era irreformable y cómo el debate, que no ha cesado de evolucionar, se cerró en 1820 con el imprimatur de la obra del canon Settele». (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.9, Párrafo 3).
Respecto a la primera afirmación, técnicamente el Cardenal Poupard tendría razón, pues en la sentencia de 1633 no quedó escrito explícitamente su carácter irreformable13, sin embargo, según Lumen Gentium 25, se debe hacer suyo con religiosa sumisión de la voluntad y el entendimiento… especialmente el Magisterio del Romano Pontifice, aun cuando no hable ‘ex cathedra’, reconociendo con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se haga suyo el parecer expresado por él, según el deseo expresado por él mismo según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos(1), ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina(2), ya sea por la forma de decirlo(3). En el caso de condena del heliocentrismo el carácter de supremo magisterio se aprecia en: (1) su extremada importancia, “proteger a las Escrituras de interpretaciones falsas” y “proteger a los cristianos de enseñanzas indebidas”; (2) los documentos eclesiales sobre este asunto se extendieron por 50 años, 1616-1665, el número de documentos manejados supera los 7000; (3) atendiendo a la sentencia sobre el heliocentrismo, puede observarse que la forma de expresarla es categórica: “formalmente herética” y “errónea en la fe”.
Respecto a la segunda afirmación, debe notarse que quien dice que el caso Galileo quedó cerrado con el canon Settele, no es Juan Pablo II, sino la comisión a través de su portavoz, el Cardenal Poupard. Tal afirmación es errónea. En dicho canon se permitió en 1822 al astrónomo Settele publicar un libro, Elementos de Óptica y Astronomía, en el que mantenía el copernicanismo como ‘tesis’ (opinión personal a ser sopesada en vista a su posible validez). El Santo Oficio concedió el Imprimatur a ese libro en el que se trataba la movilidad de la tierra y la inmovilidad del sol de acuerdo a “la común opinión de los astrónomos modernos”. La Iglesia seguía en 1822 considerando el copernicanismo como una mera ‘opinión’ y no como un hecho científico, independientemente del número creciente de astrónomos que se iban adhiriendo a esa opinión. Así, los libros de Galileo, Kepler y Newton siguieron manteniéndose en el Índice de Libros Prohibidos. El Dr Sungenis dice que un imprimatur es de un nivel de autoridad inferior a la sentencia de Urbano VIII en 1633, y por tanto no cerraba el caso; para hacerlo sería necesario que un papa o concilio sacara un decreto infalible y declarase oficialmente no volver a escuchar más debate sobre el tema. Un ejemplo de tal caso se dio en el pasado con el tema del canon de la Escritura, fue el concilio de Trento con un decreto formal infalible indicando que todo debate sobre el tema debía cesar. Así fue.
- «El error de los teólogos de entonces, cuando sostenían la centralidad de la tierra, era pensar que nuestro conocimiento de la estructura del mundo físico estaba, en cierta manera, impuesta por el sentido literal de la Santa Escritura. Recordemos la famosa frase atribuida a Baronio: : «Spiritui Sancto mentem fuisse nos docere quomodo ad coelum eatur, non quomodo coelum gradiatur». En realidad, la Escritura no se ocupa de detalles del mundo físico, donde el conocimiento es confiado a la experiencia y al razonamiento de los hombres». (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.12).
Juan Pablo II pensaba que el geocentrismo había sido probado falso con pruebas científicas irrefutables, y según parece, los científicos de la PAS contribuyeron a mantenerle en ese error personal. Sin embargo, al tener pleno conocimiento que las actuaciones de San Roberto Belarmino y de los pontífices que habían sentenciado a Galileo no podían ser erróneas, hubo de atribuir el error a losteólogos impersonales de entonces, algo que indirectamente recae en la hermenéutica del propio Belarmino, como eminente teólogo, y consecuentemente en los papas posteriores que confiaron en la hermenéutica del cardenal Belarmino. Conclusión: una falsedad (mantener que la Inquisición erró en la sentencia contra Galileo) ha llevado a una distorsión de la realidad (señalar unosresponsables del inexistente ‘error’). Otro aspecto que deberían analizar los teólogos actuales es la relación entre el heliocentrismo y la desconfianza en la inerrancia de la Biblia. En esta sección del discurso, se alude a una frase atribuida a Baronio, “El Espíritu Santo nos dice cómo ir a los cielos, y no cómo van los cielos”. Una frase, que no es ninguna afirmación magisterial, sino un dichoinespecífico –una opinión particular en todo caso- con el que se intenta justificar la actitud de Galileo en oposición al de los teólogos de su tiempo. De aquí algunos han sacado la regla no escrita que no debe tomarse el sentido literal cuando la Biblia (el Espíritu Santo) afirma realidades físicas. Cuando lo cierto es que la interpretación literal de la Biblia, ininterrumpida durante los dieciséis y pico primeros siglos, ha dado a la Iglesia doctrinas tan cruciales como la Regeneración Bautismal, cuando Jesús dice: «quien no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3,5); o la de la Presencia de Cristo en la Eucaristía, por la literalidad de las palabras de Jesús (Mt 26,26): «Esto es mi cuerpo». Según la opinión del teólogo Fr. Raymond Brown11, parece que la fe en la veracidad y en la inerrancia de la Biblia comenzó a cambiar en el siglo XVII para dar cabida al heliocentrismo, cuando éste se coló en las universidades católicas.

Juan Carlos Gorostizaga
Profesor de Matemática Aplicada
Asociación de Docentes Santo Tomás de Aquino

NOTAS

[1] En algunas biblias aparece la palabra moderna 
orbita.
[2] La carta estaba dirigida al fraile Paolo Foscarini, que era un seguidor de Galileo.
[3] Una buena biografía de esta santa alemana puede leerse (en español) en la siguiente web. 
http://www.hildegardiana.es/1vida.html
[4] Corresponden a las cuatro categorías de la materia aristotélica, tierra, agua, aire y fuego.
[5] El trabajo de Rev. William Roberts puede leerse en: 
http://www.alcazar.net/pont_decr1.pdf ; http://www.alcazar.net/pont_decr2.pdf
[6] R. Sungenis & R. Bennett. 
Galileo Was Wrong The Church Was Right”. 2004.[7] Gerard Keane. “The Pontifical Academy of Sciences and the Crisis of Faith”. http://www.kolbecenter.org (Articles).
[8] Se ha señalado que esa fecha coincide con el festejo pagano de 
Halloween.[9] En la web oficial del Vaticano está el discurso sólo en francés, italiano y alemán. http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1992/october/index_sp.htm. Nosotros hemos hecho una traducción (desde la versión original francesa) al castellano, que puede verse en:http://www.euskalnet.net/jcgorost/Discurso_jpii31Oct1992.pdf [10] Fr George Coyne, “The Church’s Most Recent Attempt to Dispell the Galileo Myth,” in The Church and Galileo, p. 354.
[11] Fr. Raymond Brown. New Jerome Biblical Commentary. P. 1169.[12] Ver documento de abjuración de Galileo:http://www.euskalnet.net/jcgorost/sentencia.pdf
[13] En muchos documentos de la Iglesia no queda especificado si la enseñanza incluida es irreformable o no.
LECTURAS
Robert Sungenis & Robert Bennett . "Galileo Was Wrong The Church Was Right". http://galileowaswrong.blogspot.com/ ;http://www.catholicintl.com/ 
- Solange Strong Hertz. “The 
http://ldolphin.org/geocentricity/Hertz2.pdf
- Rafael Pasc
ual. “Algunas consideraciones sobre el caso Galileo”. http://es.catholic.net/sexualidadybioetica/195/454/articulo.php?id=6800
- Gerardus B. Bouw. “
Introduction to Biblical Cosmology”. http://www.alcazar.net/geo_primer.pdf
-
 Paula Haigh. “Galileo’s Heresy”. http://ldolphin.org/geocentricity/Haigh2.pdf
- Paula Haigh. “
Galileo’s Empiricism-And Beyond”. http://ldolphin.org/geocentricity/Haigh.pdf - Atila Sinke Guimarães. “The Swan’s Song of Galileo’s Myth”. http://www.traditioninaction.org/History/A_003_Galileo.html
- J.S. Daly. “The Theological Status Of Heliocentrism”. 
http://ldolphin.org/geocentricity/Daly.pdf

20 comentarios:

  1. En esta tercera entrega se continuará el análizis de las pruebas del modelo geocentrista. Según se mencionó antes, respecto a estas pruebas, puede decirse que las hay de dos tipos: pruebas científicas y pruebas religiosas.
    Habiendo anteriormente dedicado un esfuerzo considerable al estudio de los argumentos científicos, toca ahora analizar los argumentos religiosos del modelo geocéntrico. En este tópico, el resultado es diferente.
    Las pruebas religiosas del modelo geocéntrico pueden clasificarse como sigue:
    1. Basadas en la Sagrada Escritura
    2. Fundadas en los Santos Padres de la Iglesia
    3. Basadas en documentos pontificios

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  2. Pruebas en la Sagrada Escritura
    En la Santa Biblia, es posible encontrar varios pasajes en los que se hace referencia al movimiento del Sol y de otros astros o a la inmovilidad de la Tierra. Tales pasajes se suelen presentar como prueba de que los cuerpos celestes giran en torno a nuestro planeta. Sin embargo, esto siempre se puede contraargumentar diciendo que los sagrados autores pudieron haber usado un lenguaje alegórico o simbólico o también uno humano o de apariencia, —esto es, acorde a lo que les sugerían sus sentidos—, según lo cual no sería determinante el que ellos hayan expresado con toda claridad la idea de que el sol se mueve o que la Tierra es inamovible.
    Tomemos como ejemplo el Salmo 92 (93), en el que se lee que «El Señor se reviste de poder, se ciñe las armas; da estabilidad al orbe de la tierra, que no se moverá.»
    Estas palabras que parecen claramente sostener que nuestro planeta no tendrá movimiento, es decir, que permanecerá estático, son interpretadas por muchos exégetas en otro sentido, como la idea de que la Tierra no se bamboleará ni caerá e incluso aquí algunos ven en el planeta una prefigura de la Iglesia, la cual ciertamente nunca caerá. Esto mismo se aplica a otros textos bíblicos similares.
    También en Eclesiastés, 1, 4, se lee: «Una generación se va y otra generación viene, pero la Tierra permanece», lo que algunos han entendido como una prueba de geocentrismo. No obstante, en este caso, el verbo latino stare no parece significar que la Tierra se mantenga eternamente fija, sino que por más generaciones que se sucedan en el mundo, la Tierra continúa siendo la misma.
    Entonces, para sortear la dificultad de una interpretación errónea, ha de recurrirse a los exégetas y, por supuesto, a los Santos Padres de la Iglesia.
    Pero antes de llegar a eso, parece oportuno mencionar que en las Santas Letras, los partidiarios del heliocentrismo, también han creído encontrar pruebas que soportan el modelo heliocéntrico:
    En Job 9, 6 se lee «Él (el Señor) mueve la tierra de su lugar, y sus columnas se estremecen». Hay quienes ven en estas letras una evidente señal de que el planeta Tierra no permanece estático. Pero cuando se lee el versículo junto con el anterior, entonces la palabra “tierra” parece más bien referirse al elemento y no al planeta:
    «Él (el Señor) trasladó los montes, y los mismos que transtornó en su furor, no lo conocieron. Él mueve la tierra de su lugar, y sus columnas se estremecen»
    Así mismo, en el evangelio de San Lucas se nos dice que el día en que el Señor vuelva, unos estarán en el campo y otros moliendo, en tanto que otros estarán en el lecho durmiendo: «Os digo que en aquella noche estarán dos en una cama; uno será tomado y el otro será dejado. Estarán dos mujeres moliendo en el mismo lugar; una será tomada y la otra será dejada. Dos estarán en el campo; uno será tomado y el otro será dejado.»
    Algunos heliocentristas luego dicen que la única forma de que en la Tierra simultáneamente unos estén despiertos y otros durmiendo, es que el planeta sea redondo y gire alrededor del sol; de esa manera mientras una parte de la Tierra es iluminada y es de día, en la otra habrá oscuridad y será de noche.
    Pero, ¿acaso si el sol gira alrededor de la Tierra, no se tiene una parte de la Tierra iluminada y otra oscura? Ya se ve que ese argumento cae por sí mismo.
    De todo esto, como corolario, se puede afirmar que no pocas veces el deseo de probar algo nos hace ver pruebas en donde no las hay. Es por ello que los argumentos han de analizarse objetivamente y sin apasionamiento; con un sincero deseo de acercarse a la Verdad.
    Pasemos ahora a ver lo que los Santos Padres nos dicen.

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  3. Opinión de los Santos Padres de la Iglesia
    Sin duda alguna, uno de los libros que presenta más argumentos a favor del geocentrismo es Galileo was wrong, the Church was right1, escrito por Robert Sungenis y Robert Bennett; ambos con grado de doctorado. Sungenis y Bennett recopilaron una cantidad abrumadora de citas de los Santos Padres y las presentan en su libro como pruebas del modelo geocéntrico. No obstante, es importante analizar cuidadosamente esas citas y no dejarse impresionar por el número, ya que la patrística estipula que para que una interpretación escriturística de los Santos Padres tenga una validez incuestionable, se exigen dos condiciones:
    1. Que todos los Padres que escriban sobre un texto lo expliquen en el mismo sentido. Ese consenso unánime de los Padres significa que debe haber una unanimidad moral: si muchos de los Santos Padres interpretan el texto de una misma manera y ningún otro los contradice, la exégesis puede ser aceptada como una interpretación universal de los Padres.
    2. Que los Padres tienen que afirmar, implícita o explícitamente, que el texto que se está considerando sea referente a materia de fe o de moral.
    Así lo afirma el teólogo y sacerdote Jerome Langford, y con él muchos otros, apoyándose en las actas del Concilio de Trento, en las que al respecto se puede leer:
    «Para reprimir los ingenios petulantes, decreta que nadie, apoyado en su prudencia, sea osado a interpretar la Escritura Sagrada, en materias de fe y costumbres, que pertenecen a la edificación de la doctrina cristiana, retorciendo la misma Sagrada Escritura conforme al propio sentir, contra aquel sentido que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien atañe juzgar del verdadero sentido e interpretación de las Escrituras Santas, o también contra el unánime sentir de los Padres, aun cuando tales interpretaciones no hubieren de salir a luz en tiempo alguno» (Conc. Trid, sesión IV)
    Decreto que fue renovado en el Primer Concilio Vaticano:
    «Ya que cuanto saludablemente decretó el concilio de Trento acerca de la interpretación de la Sagrada Escritura para constreñir a los ingenios petulantes, es expuesto erróneamente por ciertos hombres, renovamos dicho decreto y declaramos su significado como sigue: que en materia de fe y de las costumbres pertinentes a la edificación de la doctrina cristiana, debe tenerse como verdadero el sentido de la Escritura que la Santa Madre Iglesia ha sostenido y sostiene, ya que es su derecho juzgar acerca del verdadero sentido e interpretación de las Sagradas Escrituras; y por eso, a nadie le es lícito interpretar la Sagrada Escritura en un sentido contrario a éste ni contra el consentimiento unánime de los Padres» (Conc. Vat. I, sesión III)
    En el mismo tenor, el propio Robert Sungenis afirma que no todo lo que sostuvieron los Santos Padres, aunque sean la mayoría de ellos, es automáticamente materia de fe y que es necesario que la materia sea de origen divino para que la unanimidad de los Padres sea vinculante y normativa:
    «Es el origen divino de una doctrina particular lo que hace que la doctrina sea un requisito de fe para la salvación, no la opinión mayoritaria o común de los Padres, ni de los medievales ni de los teólogos y prelados de hoy» (Epístolas a los Romanos y de Santiago Apóstol)
    Otro tanto dice en su Never Revoked y también en su Intense Dialogue on Romans.
    Entonces, teniendo esto en consideración, veamos algunas de las citas que ponen Sungenis y Bennett en su libro:

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  4. Citas geocentristas de los Santos Padres
    «Anatolio de Alejandría: Eudemo relata en sus Astrologías que Enópides descubrió el círculo del zodíaco y el ciclo del gran año. Y Tales descubrió el eclipse de sol y su período en los trópicos en su constante desigualdad. Y Anaximandro descubrió que la tierra está equilibrada en el espacio, y se mueve alrededor del eje del universo. Y Anaxímenes descubrió que la luna tiene su luz del sol, y averiguó también la forma en que sufre el eclipse. Y el resto de los matemáticos también se han sumado a estos descubrimientos. Podemos ejemplificar los hechos: que las estrellas fijas se mueven alrededor del eje pasando a través de los polos, mientras que los planetas se separan unos de otros alrededor del eje perpendicular del zodíaco.»
    Aquí San Anatolio simplemente hace referencia a algunos matemáticos sin manifestar el estar o no de acuerdo con ellos. No puede decirse que esté enseñando algo específico. Adicionalmente, las cuestiones astronómicas son mencionadas desde un punto de vista natural, y no doctrinal, ya que en ningún momento hace alusión a una revelación divina.
    Lo mismo aplica a la siguiente cita de San Hipólito:
    «Hipólito: [Refutando el punto de vista del griego Ecfanto]: “Y que la tierra en medio del sistema cósmico se mueve alrededor de su propio centro hacia el este”»
    Sungenis y Bennett afirman que se está refutando a Ecfanto, pero en realidad San Hipólito sólo cita al filósofo griego sin señalar error ni desacuerdo algunos.
    Es probable que Sungenis y Bennett se hayan engañado por el título que se ha dado a la colección de escritos atribuídos a San Hipólito: “La refutación de todas las herejías”. Lo cierto es que el primer libro de la colección no refuta herejías, sino que es un resumen de la filosofía griega que circulaba por separado en varios manuscritos y era conocido como el Philosophoumena (griego: Φιλοσοφούμενα - “enseñanzas filosóficas”.)

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  5. «Gregorio de Nisa: “... la bóveda del cielo se prolonga de tal manera ininterrumpidamente que rodea todas las cosas consigo mismo, y que la tierra y sus alrededores se colocan en el medio, y que el movimiento de todos los cuerpos giratorios es alrededor de este centro fijo y sólido...”.»
    Esta cita de San Gregorio de Nisa parece sacada de contexto. Veamos ese contexto:
    «¿Y cómo, entonces, pregunté, es que algunos piensan que por el inframundo se entiende un lugar real, y que alberga dentro ella misma las almas que por fin se han alejado de la vida humana, atrayéndolas hacia sí como el receptáculo adecuado para tales naturalezas?
    Bien, respondió el Maestro, nuestra doctrina no se dañará de ninguna manera por tal suposición. Porque si es verdad lo que dices, y también que la bóveda del cielo se prolonga de manera tan ininterrumpida que rodea todas las cosas consigo misma, y que la tierra y sus alrededores están en el medio, y que el movimiento de todos los cuerpos es alrededor de este centro fijo y sólido, entonces, digo, hay una necesidad absoluta de que, pase lo que pase con cada uno de los átomos en el lado superior de la tierra, lo mismo ocurrirá en el lado opuesto, ya que una sola sustancia abarca toda su masa.»
    Como puede verse, Sungenis y Bennett han omitido las condicionales (“si es verdad... y también que… y que …”) y al quitarlas cambia totalmente el sentido de lo escrito. Ya en el contexto y dejando las condicionales en su lugar, queda claro que San Gregorio no afirma “que la tierra y sus alrededores se colocan en el medio” ni que “el movimiento de todos los cuerpos giratorios es alrededor de este centro fijo y sólido”, sino que tal supone, pero en ningún momento concede que eso sea verdad.
    Interesante también notar que San Gregorio se equivoca al decir que “lo que pase con cada uno de los átomos en el lado superior de la tierra, lo mismo ocurrirá en el lado opuesto.” El error es evidente y no precisa ser explicado.

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  6. «Atanasio: Porque el Sol es llevado y está contenido en todo el cielo, y nunca puede ir más allá de su propia órbita, mientras que la luna y otras estrellas dan testimonio de la ayuda que les brinda el Sol... Pero la tierra no se sostiene sobre sí misma, sino que se asienta sobre el reino de las aguas, mientras esta de nuevo se mantiene en su lugar, estando atada firmemente en el centro del universo.»
    Al privar a estas palabras de su contexto, se muda su sentido. Veamos el texto sin elipsis:
    «Porque si los hombres están así asombrados por las partes de la Creación y piensan que son dioses, bien podrían ser reprendidos por la dependencia mutua de esas partes; que además da a conocer y da testimonio al Padre del Verbo, quien es el Señor y Hacedor de estas partes también, por la ley inquebrantable de su obediencia a Él, como también dice la ley divina: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento muestra la obra de sus manos". Pero la prueba de todo esto no es oscura, sino lo suficientemente clara en la conciencia para aquellos cuyos ojos no están completamente incapacitados. Porque si un hombre toma las partes de la Creación por separado, y considera cada una por sí misma, como por ejemplo, el sol solo, y la luna aparte, y nuevamente la tierra y el aire, y el calor y el frío, y la esencia de lo húmedo y de lo seco, separándolos de su conjunción mutua, seguramente encontrará que ninguno es suficiente para sí mismo, pero todos necesitan la ayuda de los demás, y subsisten con su ayuda mutua. Porque el Sol es transportado junto con todo el cielo y está contenido en él, y nunca puede ir más allá de su propia órbita, mientras que la luna y otras estrellas dan testimonio de la ayuda que les brinda el Sol: mientras que la tierra, evidentemente no da sus cosechas sin lluvias, que a su vez no descenderían a la tierra sin la ayuda de las nubes; pero ni siquiera las nubes aparecerían por sí mismas y subsistirían sin el aire. Y el aire es calentado por el aire superior, pero iluminado y hecho brillante por el sol, no por sí mismo. Y los pozos, de nuevo, y los ríos nunca existirán sin la tierra; pero la tierra no se sostiene sobre sí misma, sino que está asentada sobre el reino de las aguas, mientras que ésta nuevamente se mantiene en su lugar, atada firmemente en el centro del mundo. Y el mar, y el gran océano que fluye afuera alrededor de toda la tierra, es movido y llevado por los vientos dondequiera que la fuerza de los vientos lo golpee. Y los vientos, a su vez, se originan, no en sí mismos, sino según los que han escrito sobre el tema, en el aire, del calor ardiente y la alta temperatura del aire superior en comparación con el aire inferior, y soplan por todas partes a través del último. Porque en cuanto a los cuatro elementos que componen la naturaleza de los cuerpos, calor, es decir, y frío, húmedo y seco, ¿quién está tan pervertido en su entendimiento que no sabe que estas cosas existen realmente en combinación, pero si separados y tomados solas, tienden a destruirse incluso unas a otras de acuerdo con el poder predominante del elemento más abundante? Pues el calor es destruido por el frío si está presente en mayor cantidad, y el frío nuevamente es eliminado por el poder del calor, y lo seco, nuevamente, es humedecido por húmedo, y este último secado por aquél.»
    Es obvio que Sungenis y Bennett confunden el sentido de la palabra “tierra” al interpretarla equívocamente como el planeta y no como el elemento que conforma los continentes y esto queda manifiesto al poner la cita en su contexto, puesto que el santo expone una serie de dependencias de los diversos elementos hasta llegar a afirmar que los pozos y los ríos nunca existirán sin la tierra; pero la tierra no se sostiene sobre sí misma. Es decir, que una cosa depende de otra y el elemento tierra no se sostiene por sí mismo.
    Resulta importante notar que se habla de estos elementos y fenómenos bajo una perspectiva natural y no como una doctrina parte de la Revelación: nótense las palabras “según los que han escrito sobre el tema”.

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  7. «Atanasio: Porque con una inclinación de cabeza y con el poder del Verbo Divino del Padre que gobierna y preside todo, el cielo gira, las estrellas se mueven, el sol brilla, la luna da su vuelta y el aire recibe la luz del sol y el éter su calor, y los vientos soplan: las montañas se elevan en lo alto, el mar está agitado por las olas, y los seres vivos en él crecen, la tierra permanece fija...»
    Una vez más, la elipsis de Sungenis y Bennett desliza un error de interpretación. Si vamos al texto completo, podremos ver que San Atanasio usó la palabra “tierra”, no para hacer referencia a nuestro planeta, sino para referirse al elemento, el cual ciertamente da fruto y permanece fijo en contraste con el mar agitado por las olas:
    «Porque con una inclinación de cabeza y con el poder del Verbo Divino del Padre que gobierna y preside todo, el cielo gira, las estrellas se mueven, el sol brilla, la luna da su vuelta y el aire recibe la luz del sol y el éter su calor, y los vientos soplan: las montañas se elevan en lo alto, el mar está agitado por las olas, y los seres vivos en él crecen, la tierra permanece fija y da fruto, y el hombre se forma y vive y muere de nuevo, y todas las cosas, cualesquiera que sean, tienen su vida y movimiento; el fuego arde, el agua se enfría, las fuentes brotan, los ríos fluyen, las estaciones y las horas llegan, las lluvias descienden, las nubes se llenan, el granizo se forma, la nieve y el hielo se congelan, los pájaros vuelan, los reptiles avanzan, los animales acuáticos nadan, el mar se navega, la tierra se siembra y produce cosechas a su debido tiempo, las plantas crecen y algunas son jóvenes, algunas maduran, otras en su crecimiento envejecen y se descomponen, y mientras algunas cosas se desvanecen, otras se engendran y salen a la luz.»
    «Arnobio: La luna, el sol, la tierra, el éter, las estrellas, son miembros y partes del universo; pero si son partes y miembros, ciertamente ellos no son criaturas vivientes.»
    Esta cita no aporta algo—ni a favor ni en contra— de ningún modelo astronómico. Lo mismo puede decirse de esta de San Basilio el Grande:
    «Basilio: Los filósofos de Grecia han hecho mucho ruido para explicar la naturaleza, y ninguno de sus sistemas se ha mantenido firme e inquebrantable, siendo cada uno anulado por su sucesor. Es vano refutarlos; son suficientes en ellos mismos para destruirse unos a otros.»
    ¿Por qué ponen Sungenis y Bennett estas citas que nada tienen que ver con los modelos astronómicos que se discuten? Y como estas, ponen muchas otras más.

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  8. «Efraín el Sirio: El sol en su camino te enseña que descansas del trabajo.»
    Tampoco esta cita de San Efraín el Sirio tiene aportación alguna. La expresión “el sol en su camino” corresponde al lenguaje natural y no al científico; mucho menos al doctrinal.
    «Cirilo de Jerusalén: La tierra es como el centro de una rueda comparada con toda la extensión de ésta. Tal es la comparación entre la tierra y el cielo. Pero, además, el cielo que observamos es el primero, que tiene menos importancia que el segundo, y éste menos que el tercero. Estos son los que la Escritura denominó... »
    Nuevamente se pone una cita que nada tiene que ver con algún modelo astronómico. Veamos la cita en su contexto:
    «Compara, por ejemplo, la ceniza con una casa, y la casa con una ciudad, la ciudad con una provincia, la provincia con el territorio de los romanos y el territorio de los romanos con el mundo entero y, por último, toda la tierra, con todos sus detalles, con el cielo que la envuelve en su regazo: en proporción al cielo, la tierra es como el centro de una rueda comparada con toda la extensión de ésta. Tal es la proporción entre la tierra y el cielo. Pero, además, el cielo que observamos es el primero, que tiene menos importancia que el segundo, y éste menos que el tercero. Estos son los que la Escritura denominó como cielos»
    San Cirilo no se está refiriendo a la posición del planeta Tierra en el universo, sino simplemente está poniendo como ejemplo la proporción entre el centro de una rueda con la rueda entera, para ejemplificar la diferencia de tamaños.
    De pronto pareciera que Sungenis y Bennett hubieran hecho búsquedas en un editor de textos tratando de encontrar palabras clave como: sol, tierra, centro, órbita, etc., y que, descuidadamente y sin revisión alguna, hubieran copiado y pegado fragmentos de texto poniéndolos como citas.
    «Ambrosio: Seguramente era digno de destacarse como un hombre que podía detener el curso del río y que podía decir: "Sol, quédate quieto", y retrasar la noche y alargar el día, como para presenciar su victoria. ¿Por qué? sólo él fue elegido para guiar al pueblo a la tierra prometida, una bendición negada a Moisés. Fue un hombre grande en las maravillas que hizo por la fe, grande en sus triunfos. Las obras de Moisés fueron de un tipo superior, las suyas trajeron mayor éxito. Cualesquiera de estos entonces, ayudado por la gracia divina, se alzó sobre todo humano. Uno gobernaba el mar, el otro el cielo.»
    Aquí San Ambrosio ensalza las grandezas, tanto de Moisés como de Josué y menciona el milagro del sol. Pero de ninguna manera nos hace ver que la descripción de ese milagro deba ser entendida de un modo o de otro. Siempre queda la posibilidad de entenderlo tanto de manera literal como suponiendo que se usa un lenguaje de apariencia, que es lo más común.
    «Ambrosio: Pero dicen que se puede decir que el sol está solo, porque no hay un segundo sol. Pero el sol mismo tiene muchas cosas en común con las estrellas, porque viaja a través de los cielos, es de esa substancia etérea y celestial; es una criatura, y se cuenta entre todas las obras de Dios. Sirve a Dios en unión con todas, lo bendice con todas, lo alaba con todas. Por lo tanto, no se puede decir con precisión que esté solo, porque no está aparte del resto.»
    En esta cita, San Ambrosio nos dice que el sol viaja a través de los cielos, pero nuevamente no da indicios de querer enseñar esto como parte de la revelación. Lo que nos enseña es que el sol, junto con las otras obras de Dios, bendicen y alaban a su Creador.
    «Afrahat: Porque el sol en doce horas da vuelta, desde el este hasta el oeste; y cuando ha cumplido su curso, su luz se oculta en la noche, y la noche no es perturbada por su poder. Y en las horas de la noche el sol gira en su rápido curso, y girando comienza a correr en su camino acostumbrado.»
    Estas palabras de San Afrahat bien pudieran ser pronunciadas por cualquier astrónomo heliocentrista usando un lenguaje de apariencia o lenguaje natural. No hay enseñanza doctrinal en ellas.

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  9. «Aristedes: Se equivocan quienes creen que el cielo es un dios. Porque lo vemos que gira y se mueve por necesidad y es compactado de muchas partes, siendo de ahí llamado universo ordenado (kosmos). Ahora, el universo es la construcción de algún diseñador; y lo que ha sido construido tiene un principio y fin. Y el cielo con sus luminarias se mueve por necesidad.
    Porque las estrellas se llevan en orden a intervalos fijos de signo a signo, y, algunos poniéndose, otros levantándose, recorren sus cursos a su debido tiempo para marcar veranos e inviernos, como se ha designado para ellos por Dios; y obedeciendo la inevitable necesidad de su naturaleza de ellos no transgredir sus propios límites, haciendo compañía con los celestiales pedido. De donde es evidente que el cielo no es un dios sino una obra de Dios.»
    Es claro que San Arístides está atacando la falsa idea de que el cielo es un dios y no que quiera enseñar acerca del movimiento de los astros. Y dice “lo vemos [al cielo] que gira”, lo cual puede deberse a un movimiento real o a uno aparente. Y si dice “vemos” es porque se atiene a lo que puede ser advertido por los sentidos, no porque le haya sido revelado.
    «Athenágoras: Pero el sacrificio más noble para Él es que sepamos quién extendió y construyó la bóveda de los cielos, y fijó la tierra en su lugar como un centro»
    Veamos la cita en su contexto original:
    «Pero, como la mayoría de los que nos acusan de ateísmo —y eso porque no tienen ni la más soñadora concepción de lo que es Dios, y son tontos y desconocen por completo las cosas naturales y divinas, y miden la piedad por la regla de los sacrificios—, nos acusa de no reconocer a los mismos dioses como las ciudades, complázcanse en atender las siguientes consideraciones, oh emperadores, en ambos puntos. Primero, en cuanto a que no sacrifiquemos: el Creador y Padre de este universo no necesita sangre, ni el olor de los holocaustos, ni la fragancia de flores e incienso, ya que Él mismo es una fragancia perfecta, que no necesita nada ni dentro ni fuera de Él; pero el sacrificio más noble para Él es que sepamos quién extendió y construyó la bóveda de los cielos, y fijó la tierra en su lugar como un centro, quién reunió el agua en mares y separó la luz de las tinieblas, quién adornó el cielo con estrellas e hizo la tierra para producir simiente de toda especie, el que hizo animales y modeló al hombre. Cuando, teniendo a Dios como este Hacedor de todas las cosas, que las preserva en el ser y las supervisa todas con conocimiento y habilidad administrativa, "alzamos manos santas" a Él, ¿qué necesidad tiene Él de una hecatombe?»
    San Athenágoras menciona que Dios fijó la tierra en su lugar como un centro, justamente después de hacer referencia a la bóveda celeste y apenas antes de decir que Dios reunió el agua en los mares. Entonces no queda claro si la palabra tierra se refiere al planeta o al elemento.
    Sea como sea, lo que aquí enseña el santo es que el sacrificio más noble es reconocer en la creación la grandeza del Creador.

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  10. «Agustín: Sucedió por entonces también un eclipse de sol. La gente, ignorante de que era debido a las leyes inalterables que regulan su curso, lo atribuyó a los méritos de Rómulo.»
    San Agustín no pretende en modo alguno enseñar sobre el fenómeno astronómico, sino sacar de la ignorancia a quienes pudieran atribuir el eclipse a Rómulo.
    «Sucedió por entonces también un eclipse de sol. La gente, ignorante de que era debido a las leyes inalterables que regulan su curso, lo atribuyó a los méritos de Rómulo. Como si aquel supuesto llanto del sol no indicara más bien que el rey había sido asesinado, mostrando incluso la privación de la luz del día. Así ocurrió en la realidad cuando el Señor fue crucificado por la crueldad impía de los judíos. Este oscurecimiento del sol no fue según las leyes normales del curso de los astros, puesto que entonces era la Pascua judía, y ésta se celebra en plenilunio. En cambio, los eclipses regulares del sol coinciden solamente con el final del cuarto menguante de la luna.»
    «Crisóstomo: Porque no sólo lo hizo, sino que también dispuso que cuando fuera hecho, debe continuar sus operaciones; no permitir que sea todo inamovible, ni mandando que esté todo en un estado de movimiento. El cielo, por ejemplo, ha permanecido inmóvil, como dice el profeta, “Puso el cielo como una bóveda, y lo extendió como una tienda sobre la tierra." Pero, por otro lado, el sol con el resto de estrellas, corre sobre su curso a través de todos los días. Y de nuevo, la tierra está fija, pero las aguas están continuamente en movimiento; y no solo las aguas, sino las nubes y las lluvias frecuentes y sucesivas, que regresan en su estación adecuada.»
    San Juan Crisóstomo refiere que la tierra está fija en tanto que las aguas están en continuo movimiento. No es difícil entender que donde dice “la tierra” está haciendo referencia al elemento tierra y no al planeta, ya que contrasta las aguas que están en continuo movimiento con el elemento tierra, que está fijo.
    «Minucius Felix: Mira también el año, cómo lo hace el circuito del sol; y mira el mes, cómo la luna lo mueve en su aumento, su declive y decadencia.»
    Como es fácil notar, esta cita no pretende enseñar algo doctrinal.
    Podríamos continuar con muchas más citas puestas en el libro, pero resultaría una hartera del todo redundante. Sungenis parece haber olvidado su propio principio:
    «Es el origen divino de una doctrina particular lo que hace que la doctrina sea un requisito de fe para la salvación, no la opinión mayoritaria o común de los Padres, ni de los medievales ni de los teólogos y prelados de hoy.»
    Por otra parte, es de esperarse que los Santos Padres creyesen en el modelo geocentrista, ya que este prevalecía en su tiempo y en su cultura. Pero uno puede deducir por sus escritos que creían en él de una manera meramente natural y no como una revelación; creían en él porque así lo advertían a través de sus sentidos o porque así lo aprendían de los filósofos y no porque fuese una enseñanza transmitida por los Apóstoles.
    Así pues, en las citas que Sungenis y Bennett ponen en su libro, debe verse que los Santos Padres refieren el comportamiento de los cuerpos celestes desde un punto de vista natural y no como una doctrina de origen divino.
    Por esta razón, el padre Melchor Inchofer, uno de los tres teólogos consultores que señalaron el error de Galileo Galilei en 1633, escribió:
    «Acerca de los Santos Padres, debe ser notado que ellos presupusieron, más que argumentaron, que la Tierra está estática, de acuerdo con la opinión común de los filósofos» (en R. J. Blackwell, Behind the Scenes at Galileo’s Trial)
    Es decir, los Santos Padres creían que la Tierra estaba estática de acuerdo con la opinión de los filósofos y no porque así les hubiese sido revelado.

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  11. San Agustín ya nos advertía acerca de los posibles errores de interpretación de las Sagradas Escrituras, según se lee en El Sentido Literal del Génesis (o Del Génesis a la letra, N. del T.):
    Libro I, capítulo XIX: 38-39
    «Recapacitemos sobre lo que se escribió: dijo Dios hágase la luz y la luz fue hecha. Una cosa es hacer notar que fue hecha la luz corporal, y otra que fue hecha la luz espiritual. No duda nuestra fe que exista la luz espiritual en la creatura espiritual. Que exista una luz corporal celeste sobre el cielo o debajo del cielo a la cual hubiere podido suceder la noche, tampoco es contra la fe, mientras no se refute con evidencia clarísima. Si esto llegara a suceder, diremos que no lo afirmaba la divina Escritura, sino que lo creía la humana ignorancia. Pero si lo demostrara un contundente argumento, aún sería incierto si quiso en estas palabras de los libros santos decir esto el escritor sagrado, o si intentó decir otra cosa no menos cierta. Si el contexto del discurso probara que no quiso decir esto el autor, no será falso otro sentido el cual quiso él fuese entendido, aunque deseó se conociera el verdadero y más útil. Pero si el contexto de la Escritura no se opone a que haya querido decir esto el escritor, aún nos falta indagar si puede tener algún otro. Por lo tanto, si hubiéremos podido encontrar algún otro sentido, sería incierto cuál de los dos quiso expresar el autor; es conveniente creer que uno y otro quiso exponer, si ambos se apoyan en fundamentos ciertos.
    Acontece, pues, muchas veces que un infiel conoce por la razón y la experiencia algunas cosas de la tierra, del cielo, de los demás elementos de este mundo, del movimiento y del giro, y también de la magnitud y distancia de los astros, de los eclipses del sol y de la luna, de los círculos de los años y de los tiempos, de la naturaleza de los animales, de los frutos, de las piedras y de todas las restantes cosas de idéntico género; en estas circunstancias es demasiado vergonzoso y perjudicial, y por todos los medios digno de ser evitado, que un cristiano hable de estas cosas como fundamentado en las divinas Escrituras, pues al oírle el infiel delirar de tal modo que, como se dice vulgarmente, yerre de medio a medio, apenas podrá contener la risa. No está el mal en que se ría del hombre que yerra, sino en creer los infieles que nuestros autores defienden tales errores, y, por lo tanto, cuando trabajamos por la salud espiritual de sus almas, con gran ruina de ellas, ellos nos critican y rechazan como indoctos. Cuando los infieles, en las cosas que perfectamente ellos conocen, han hallado en error a alguno de los cristianos, afirmando éstos que extrajeron su vana sentencia de los libros divinos, ¿de qué modo van a creer a nuestros libros cuando tratan de la resurrección de los muertos y de la esperanza de la vida eterna y del reino del cielo? Juzgarán que fueron escritos falazmente, pues pudieron comprobar por su propia experiencia o por la evidencia de sus razones, el error de estas sentencias. Cuando estos cristianos, para defender lo que afirmaron con ligereza inaudita y falsedad evidente, intentan por todos los medios aducir los libros divinos para probar por ellos su aserto, o citan también de memoria lo que juzgan vale para su testimonio, y sueltan al aire muchas palabras, no entendiendo ni lo que dicen ni a qué vienen, no puede ponderarse en su punto cuánta sea la molestia y tristeza que causan estos temerarios y presuntuosos a los prudentes hermanos, si alguna vez han sido refutados y convencidos de su viciosa y falsa opinión por aquellos que no conceden autoridad a los libros divinos»

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  12. Libro II, capítulo IX:20
    «Suele también preguntarse qué forma y figura atribuyen nuestros libros divinos al cielo. Pues muchos autores profanos disputan largamente sobre estas cosas, que omitieron con gran prudencia los nuestros por no ser para los que las aprenden necesarias para la Vida bienaventurada, y además porque los que en esto se ocupan han de malgastar, lo que es peor, tiempo sobremanera precioso restándole a cosas más útiles. Pues a mí ¿qué me interesa que el cielo siendo como una esfera envuelva por todas sus partes a la tierra, equilibrada en medio de la masa del universo, o que la cubra por la parte de arriba como si fuera un disco? Mas porque se trata de la autoridad de la divina Escritura y como quizá alguno no entienda las palabras divinas, cuando acerca de estas cosas encuentre algo semejante en los libros divinos u oiga hablar algo de ellos que le parezca oponerse a las razones percibidas por él, cosa que no he recordado solamente una vez, para que no crea en modo alguno a los que le amonestan o le cuentan o le afirman que son más útiles las cosas profanas que la verdad de la santa Escritura, brevemente he de decir que nuestros autores sagrados conocieron sobre la figura del cielo lo que se conforma a la verdad, pero el Espíritu de Dios, que hablaba por medio de ellos, no quiso enseñar a los hombres estas cosas que no reportaban utilidad alguna para la vida futura.»
    Todavía Santo Tomás de Aquino, cuando diserta sobre la cosmología geocentrista en la Summa, lo hace basado en las observaciones de Claudio Ptolomeo, un científico de lo natural y un pagano, y no en las Sagradas Escrituras ni en los escritos de los Santos Padres. Esto parece ser un indicio de que esa cuestión es del orden meramente natural y no doctrinal.

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  13. Sobre esto mismo, debemos considerar lo que SS León XIII escribió al respecto en su encíclica Providentissimus Deus. En el número 42 se lee:
    «No habrá ningún desacuerdo real entre el teólogo y el físico mientras ambos se mantengan en sus límites, cuidando, según la frase de San Agustín, “de no afirmar nada al azar y de no dar por conocido lo desconocido”. Sobre cómo ha de portarse el teólogo si, a pesar de esto, surgiere discrepancia, hay una regla sumariamente indicada por el mismo Doctor: “Todo lo que en materia de sucesos naturales pueden demostrarnos con razones verdaderas, probémosles que no es contrario a nuestras Escrituras; mas lo que saquen de sus libros contrario a nuestras Sagrada Letras, es decir, a la fe católica, demostrémosles, en lo posible o, por lo menos, creamos firmemente que es falsísimo”. Para penetrarnos bien de la justicia de esta regla, se ha de considerar en primer lugar que los escritores sagrados, o mejor el Espíritu Santo, que hablaba por ellos, no quisieron enseñar a los hombres estas cosas (la íntima naturaleza o constitución de las cosas que se ven), puesto que en nada les habían de servir para la salvación de sus almas, y así, más que intentar en sentido propio la exploración de la naturaleza, describen y tratan a veces las mismas cosas, o en sentido figurado o según la manera de hablar en aquellos tiempos, aún hoy vigente para muchas cosas en la vida cotidiana hasta entre los hombres más cultos. Y como en la manera vulgar de expresarnos suele ante todo destacar lo que cae bajo los sentidos, de igual modo el escritor sagrado —y ya lo advirtió el Doctor Angélico — “se guía por lo que aparece sensiblemente”, que es lo que el mismo Dios, al hablar a los hombres, quiso hacer a la manera humana para ser entendido por ellos.»
    Y en el número 43 dice:
    «Pero de que sea preciso defender vigorosamente la Santa Escritura no se sigue que sea necesario mantener igualmente todas las opiniones que cada uno de los Padres o de los intérpretes posteriores han sostenido al explicar estas mismas Escrituras; los cuales, al exponer los pasajes que tratan de cosas físicas, tal vez no han juzgado siempre según la verdad, hasta el punto de emitir ciertos principios que hoy no pueden ser aprobados. Por lo cual es preciso descubrir con cuidado en sus explicaciones aquello que dan como concerniente a la fe o como ligado con ella y aquello que afirman con consentimiento unánime; porque, “en las cosas que no son de necesidad de fe, los santos han podido tener pareceres diferentes, lo mismo que nosotros”, según dice Santo Tomás. El cual, en otro pasaje, dice con la mayor prudencia: “Por lo que concierne a las opiniones que los filósofos han profesado comúnmente y que no son contrarias a nuestra fe, me parece más seguro no afirmarlas como dogmas, aunque algunas veces se introduzcan bajo el nombre de filósofos, ni rechazarlas como contrarias a la fe, para no dar a los sabios de este mundo ocasión de despreciar nuestra doctrina”. Pues, aunque el intérprete debe demostrar que las verdades que los estudiosos de las ciencias físicas dan como ciertas y apoyadas en firmes argumentos no contradicen a la Escritura bien explicada, no debe olvidar, sin embargo, que algunas de estas verdades, dadas también como ciertas, han sido luego puestas en duda y rechazadas. Que si los escritores que tratan de los hechos físicos, traspasados los linderos de su ciencia, invaden con opiniones nocivas el campo de la filosofía, el intérprete teólogo deje a cargo de los filósofos el cuidado de refutarlas.»

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  14. Aún más: Sungenis y Bennett citan a varios Padres de la Iglesia como argumento de que los seis días de la Creación que se refieren en el libro bíblico el Génesis, fueron días naturales o de veinticuatro horas. En ese respecto se debe notar que no hay una opinión común entre los exégetas.
    En el texto del Génesis se usa el vocablo hebreo yôm, que ha sido traducido al castellano como “día” y que puede significar más de una cosa. En efecto, el vocablo yôm puede referirse al período de tiempo de veinticuatro horas, puede significar un período de la luz del día entre el amanecer y el anochecer, y también puede referirse a un período de tiempo indeterminado. Como ejemplos podemos considerar que en Génesis 7, 11 se le usa para hacer referencia a un intervalo de veinticuatro horas; se le usa para referirse al período de luz del sol entre el amanecer y el atardecer en Génesis 1, 16; y se le usa para significar un período de tiempo no especificado en Génesis 2, 4.
    La duda respecto al significado del vocablo, fue expuesta a la Pontificia Comisión Bíblica durante el pontificado de San Pío X:
    Duda VIII: Si en la denominación y distinción de los seis días de que se habla en el capítulo I del Génesis se puede tomar la voz Yôm (día) ora en sentido propio, como un día natural, ora en sentido impropio, como un espacio indeterminado de tiempo, y si es lícito discentir libremente sobre esta cuestión entre los exégetas.
    Respuesta: Afirmativamente. (Denz. 2128)

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  15. Documentos Pontificios
    Tanto el modelo geocentrista como el heliocentrista surgieron en tiempos anteriores a Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, quizá porque es más fácil de entenderlo de acuerdo con lo que advierten nuestros sentidos, el sistema geocentrista se fue imponiendo en diversas culturas mientras que el heliocentrista fue siendo olvidado.
    En el siglo II de nuestra era, Claudio Ptolomeo —el gran astrónomo—, escribió su Almagesto1, una obra monumental en la que describe, entre otras muchas cosas, el sistema geocéntrico y el movimiento de estrellas y planetas. A pesar de que Ptolomeo afirmó explícitamente que su sistema no pretendía descubrir la realidad, sino que sólo era un método de cálculo, este fue utilizado ampliamente por los árabes en un principio y luego por los europeos hasta la alta Edad Media.
    No obstante, ya en el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino sugería que el movimiento de los planetas pudiese ser distinto de como en ese entonces se creía —esto es, diferente al definido por el modelo geocéntrico—:
    «Los astrónomos han imaginado diversas maneras de explicar este movimiento. Pero esas suposiciones no es necesario que sean verdaderas; porque acaso las apariencias que presentan las estrellas pueden ser explicadas por algún otro movimiento, todavía desconocido de los hombres.»
    Esta cita es del Comentario sobre De cælo II, lect. 17.
    Esto motivó al Cardenal Nicolaus von Kues2 para que, en el siglo XV (1445 AD) enunciara la hipótesis del movimiento de la Tierra en un modelo no geocéntrico y, casi un siglo más tarde, a Nicolás Copérnico para que presentara su modelo heliocéntrico.

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  16. Todavía antes que ellos, en el siglo XIV, el obispo Nicole Oresme discutió la posibilidad de que la Tierra girara sobre su eje, con lo cual contradecía al sistema de Ptolomeo.
    La jerarquía eclesiástica no censuró estas teorías astronómicas cuando surgieron ni durante mucho tiempo después. Antes bien, en diversos momentos mostró interés en ellas. Por lo mismo, hasta aquí no encontramos documentos pontificios o de la jerarquía que aprueben o condenen algún modelo astronómico.
    Fue hasta principios del siglo XVII, —cuando Galileo Galilei pretendió defender el modelo heliocéntrico desde el campo de la teología, ya que algunos de sus críticos lo contradecían con argumentos de la Sagrada Escritura—, que las autoridades eclesiásticas vieron un peligro en la teoría heliocentrista.
    Galileo Galilei y el Santo Oficio en 1616
    Entre 1613 y 1615, Galileo defiende el copernicanismo apelando al argumento bíblico y hablando del modelo heliocéntrico como de algo plenamete demostrado. En su afán de defender su opinión, llega a sugerir que las Sagradas Escrituras podrían ser modificadas en su redacción para aclarar algunas ideas.
    Por añadidura, en aquellos días se divulgaron dos obras que intentaban concordar el sistema copernicano con la Escritura: el Commentarium in Job de Diego de Zúñiga, sacerdote agustino y la Carta sobre la opinión pitagórica y copernicana del movimiento de la Tierra y el reposo del Sol y sobre el nuevo sistema del mundo pitagórico en el que se armonizan y reconcilian esos pasajes de las Sagradas Escrituras y esas proposiciones teológicas que podrían aducirse contra esta opinión, del carmelita Pablo Antonio Foscarini. Todo esto incitaba a la interpretación alegórica de la Biblia dejando de lado el sentido literal, y revivía de alguna manera la doctrina pagana de los pitagóricos1.
    Galileo fue denunciado ante el tribunal del Santo Oficio y la Sagrada Congregación del Santo Oficio atrajo su caso. Esta congregación envió a una comisión de once teólogos consultores, dos proposiciones para ser analizadas:
    1. Que el sol es el centro del universo y está del todo inmóvil.
    2. Que la tierra no es el centro del universo y que gira en torno al sol y tiene además un movimiento diurno.
    La comisión de consultores emitió el siguiente dictamen:
    • La primera proposición es, desde el punto de vista filosófico, falsa y absurda, y además formalmente herética porque contradice expresamente a varios textos de la Escritura conforme a su sentido literal y a la interpretación común de los padres.
    • La segunda proposición merece la misma censura desde el punto de vista filosófico. En el terreno teológico es a lo menos errónea en la fe.
    Mucho se ha criticado el que la comisión de consultores estuviese integrada exclusivamente por teólogos y que no hubiese matemáticos (astrónomos) en ella. Hay incluso autores católicos y libros de apología cristiana que se han sumado a esta crítica o que la han usado como defensa de la Iglesia. Tal parece que quienes lanzan tales críticas se olvidan que de lo que allí se trataba era una cuestión méramente teológica, de la cual dependía lo filosófico y de esto lo matemático.
    De cualquier manera, el parecer de los teólogos consultores no tenía de por sí ningún valor doctrinal o formal, puesto que su función se limitaba a asesorar al tribunal del Santo Oficio, constituído por los cardenales miembros y presidido por el Papa. A este tribunal correspondía la decisión final acerca de la doctrina examinada, y si era el caso, condenarla públicamente mediante un decreto de la Congregación. Pero esto no ocurrió.

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  17. En Febrero 25 de 1616, la Sagrada Congregación del Santo Oficio sesionó para tratar el caso. En la sesión, el propio Papa Paulo V, decidió turnar el caso a la Sagrada Congregación del Índice y pidió al Card. Bellarmino que amonestase a Galileo para que abandonara su opinión sobre el movimiento de la tierra y que en caso de que se rehusase a hacerlo, el Comisario del Santo Oficio acompañado de un notario y un testigo, le intimara el precepto formal bajo pena de cárcel en caso de desobediencia.
    Así pues, el Santo Oficio no emitió decreto alguno respecto al caso de Galileo en 1616, pero sí lo hizo la Sagrada Congregación del Índice. En Marzo 3, esta congregación decidió suspender los libros de Copérnico y del padre De Zúñiga donec corrigantur —hasta que fuesen corregidos—, siendo la enmienda que se solicitaba que en ellos explícitamente se afirmara que el copernicano era un modelo hipotético que no había sido demostrado. En cuanto al opúsculo del padre Foscarini, ese quedaba incondicionalmente incluído en la lista de obras prohibidas por la Iglesia:
    «Como quiera que ha llegado a conocimiento de la Sagrada Congregación que dicha falsa doctrina pitagórica, enteramente contraria a la santa Escritura, de la movilidad de la tierra y de la inmovilidad del sol, lo que Nicolás Copérnico en su libro de los giros de los cuerpos celestes, y Didáceo Astunica, en su libro sobre Job, enseñan igualmente, se halla ya divulgado y admitido por algunos; a fin que tal opinión no se propague más en detrimento de la verdad católica, háse decretado que los mencionados libros de Nicolás Copérnico sobre el giro de los cuerpos celestes y de Didáceo Astunica sobre Job sean suspendidos hasta que estén corregidos. Pero el libro del padre Carmelita Paolo Antonio Foscarini sea completamente prohibido y condenado; del mismo modo, todos los libros que enseñaren las mismas doctrinas, quedan prohibidos, condenados y suspendidos.»
    Hasta aquí, no se puede decir que la Iglesia haya aprobado o condenado alguno de los dos modelos astronómicos. Si bien, la comisión de consultores condenó el modelo copernicano, tal condena no fue sino la opinión de esa comisión, pero de ninguna manera puede decirse que fue la de la Iglesia, pues no fue siquiera la del Santo Oficio. Por otra parte, el decreto de la Sagrada Congregación del Índice es un documento disciplinario, ya que esta congregación nunca estuvo facultada para emitir documentos doctrinales, pues no era esa su función. Todavía más: el decreto no fue firmado por el Papa, sino por el cardenal prefecto y por el secretario de la Congregación. De hecho, el Papa ni siquiera es mencionado en el documento.

    Además, en 1618, la Sagrada Congregación del Índice determinó excluir de la lista de obras prohibidas el libro de Copérnico, una vez que se le hicieron las enmiendas requeridas. En 1625 las nuevas constituciones de la Universidad de Salamanca prescribían para la cátedra de Astrología: “En el segundo cuadrienio léase a Nicolás Copérnico y las Tablas prunéticas”.
    Es verdad que la comisión de consultores afirmó que el sistema heliocéntrico contradice expresamente a varios textos de la Escritura conforme a su sentido literal y a la interpretación común de los padres; pero también lo es que la Sagrada Congregación del Índice deshechó estos comentarios y evitó en su decreto toda referencia al sentido literal de la Escritura y a la interpretación de los Padres de la Iglesia. Otro tanto haría la Sagrada Congregación del Santo Oficio en 1633.

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  18. Galileo Galilei y el Santo Oficio en 1633
    Durante casi siete años, Galileo guardó silencio en lo que se refiere al modelo heliocéntrio de Copérnico. Sin embargo, en 1623, a propósito de una disputa entre el padre jesuíta Grassi y Mario Guiducci, discípulo de Galileo, este salió en defensa de su discípulo, rompiendo su juramento, y publicó Il Saggiatore, que era una apología del sistema copernicano muy hábilmente disimulada. Con todo, la autoridad eclesiástica otorgó el permiso para su impresión y Galileo dedicó el libro al nuevo Papa Urbano VIII1, quien al parecer, aceptó la dedicatoria de buen grado. El florentino se desplazó a Roma en 1624 y fue recibido por el Papa en seis ocasiones en audiencia privada. Incluso llegó a celebrar con Galileo varias conferencias científicas y discutir los argumentos del copernicanismo.
    Todo ello infundió optimismo en Galileo, quien a través del cardenal Zollern intentó sondar las disposiciones del nuevo Papa respecto al copernicanismo. Según Zollern, Urbano VIII afirmaba que la Iglesia no había condenado ni tenía intención de condenar el copernicanismo como doctrina herética, sino sólo como temeraria. Así, animado, empezó a escribir su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, mismo que terminó en 1630.
    En mayo de ese año, Galileo volvió a Roma para solicitar el imprimatur del Diálogo. El Maestro del Palacio Apostólico, el P. Niccolò Riccardi, O. P. debía conceder el permiso. Este descubrió al leer el manuscrito, que su autor no respetaba las decisiones de 1616 y exigió entonces que se añadieran un prólogo y un epílogo, en los que se expresara que el modelo copernicano se defendía como hipótesis y no como un sistema científicamente comprobado. Además se debía manifestar que la intención del Diálogo era exponer los argumentos en favor de uno y otro sistema, para mostrar que Roma había actuado con pleno conocimiento de causa cuando en 1616 había prohibido algunas obras copernicanas; y en la parte final de la obra habría de incluirse el argumento propuesto por el Papa a Galileo, reconociendo que Dios habría podido producir esos mismos hechos mediante otras causas que ignoramos. Galileo prometió introducir esos cambios y Riccardi otorgó el permiso para la impresión del libro en Roma, reservándose la revisión de las pruebas para cerciorarse de las correcciones.
    Galileo regresó a Florencia para hacer los cambios. Sin embargo, las comunicaciones con Roma quedaron interrumpidas por la peste. Galileo decidió entonces publicar el Diálogo en Florencia y pidió que se confiara la revisión al Inquisidor de Florencia. Por su parte, Riccardi veía que le sería difícil controlar el texto final y pugnaba porque se mantuvieran los acuerdos pactados. Durante más de un año se produjo un intenso intercambio epistolar en el que terminó interveniendo la diplomacia toscana en Roma. Al final se llegó a un acuerdo: el Diálogo sería revisado en Florencia, pero el texto revisado de la introducción se enviaría desde Roma.

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  19. En el verano de 1631 se recibieron las últimas correcciones y fue posible iniciar la impresión del Diálogo que se completó en Enero 21 de 1632. Los ejemplares destinados a Roma hubieron de esperar a causa de la cuarentena y llegaron hasta mayo.
    El Papa ordenó que se detuviera la impresión y distribución del Diálogo, ya que aunque prólogo y epílogo habían sido incluídos, estaban redactados en un estilo tal que parecían una burla para los defensores del sistema de Ptolomeo y aparecían con una fuente o tipo de letra diferente al del texto del libro, de manera que no parecían ser parte de la obra. Sin embargo, era ya demasiado tarde para la suspención, pues el Diálogo se había distribuido desde finales de febrero. Ordenó entonces el Papa que una comisión de teólogos revisara el libro, y los teólogos opinaron que Galileo había desobedecido los mandatos recibidos en 1616.
    En Octubre 1 Galileo recibió, a través del Inquisidor de Florencia, la orden de presentarse en Roma ante el Santo Oficio y llegó a esa ciudad en Febrero 13 de 1633.
    Las interpretaciones del proceso son muy discordantes por lo que se refiere a la actuación y motivaciones de los distintos protagonistas y a su valor jurídico y doctrinal. A pesar de ello, hay varios hechos indiscutibles:
    • El primero es tal vez el más sorprendente: en todo el proceso no se volvió a plantear la cuestión de la validez o falsedad del sistema copernicano, ni de las pruebas presentadas por Galileo en su Diálogo.
    • Al inicio, se tomaron en consideración únicamente los detalles referentes a la publicación del Diálogo, acusándo al autor de no haber respetado las condiciones pactadas al solicitar el imprimatur.
    • Después, la principal acusación fue que, al publicar el Diálogo, Galileo contravino el mandato de no enseñar ni defender la doctrina de un sol estático en el centro del universo y del movimiento de la Tierra. Además, había ocultado la existencia de este precepto cuando pidió permiso para publicar su Diálogo, por lo que era sospechoso de haber actuado con dolo.
    El comisario del Santo Oficio, Vincenzo Maculano, quizo dar una salida a la posición de Galileo, por lo que obtuvo un encuentro extrajudicial con él para sugerirle una solución que el acusado puso en práctica: solicitó un ejemplar del Diálogo, y pocos días después presentó un memorial en el que reconocía haberse excedido en la defensa del sistema copernicano. Confesaba su error, insistiendo en que no había sido esa su intención. Vincenzo Maculano quedó satisfecho, pues como escribió al cardenal Francesco Barberini, eso permitiría concluir rápidamente el caso con una condena benigna.
    Pero Urbano VIII, quien había manifestado desde el verano anterior su irritación ante lo que consideraba un abuso de confianza por parte de Galileo y sus amigos romanos (en especial Ciampoli y Riccardi), quiso que el caso fuera ejemplar. En Junio 16, durante la reunión del Santo Oficio, determinó la sentencia: Galileo sería condenado a prisión al arbitrio de la Congregación, y el Diálogo prohibido. En Junio 21 se llevó al cabo el interrogatorio final super intentionem. Al siguiente día Galileo fue conducido para recibir la sentencia, y abjurar de sus opiniones.
    En el texto de la sentencia no aparece en ningún momento citado el Papa; por tanto, ese documento no puede ser considerado como un acto de magisterio pontificio, y menos aún como un acto de magisterio infalible ni definitivo.
    Hay que decir que en el texto de la abjuración se lee “maldigo y detesto los mencionados errores y herejías”, pero no se trata de una doctrina definida como herejía por el magisterio de la Iglesia: en el texto de la abjuración se dice, como así es, que esa doctrina fue declarada contraria a la Sagrada Escritura, pero como ya se aclaró antes, esta declaración se hizo citando un decreto de la Congregación del Índice, que no constituyó un acto de magisterio infalible ni definitivo.
    Tenemos pues, que nuevamente no hay un documento en el que la Iglesia apruebe o condene ninguno de los modelos astronómicos.

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  20. Bula Speculatores Domus Israel
    El Papa Alejandro VII publicó su Index Librorum Prohibitorum Alexandri VII Pontificis Maximi jussu editus que presentaba de nuevo el contenido del Índice de Libros Prohibidos. Lo precedió con la bula Speculatores Domus Israel, explicando “para que se conozca toda la historia de cada caso”. “Con este fin —afirmó el Pontífice—, hemos hecho que se agreguen a este Índice general los Índices Tridentino y Clementino, y también todos los decretos relevantes hasta el momento, que se han emitido desde el Índice de nuestro predecesor Clemente, que nada provechoso para los fieles interesados en tales asuntos parezca omitido”.
    Entre los decretos incluídos estaban los decretos anteriores que colocaban en el Index diversas obras heliocéntricas, así como muchos otros que incluían en la lista, libros sobre muy diversos temas.
    La bula Speculatores Domus es un documento con la aprobación del Papa in forma specifica, uno de los vehículos pontificales más altos. Por ello es importante hacer la distinción: ¿se trata de un documento doctrinal o de uno disciplinario? En caso de que fuese doctrinal, ¿cuál sería la doctrina que enseña? Tenemos que reconocer que ninguna: no se encuentra en ella alguna enseñanza doctrinal. Se trata pues de un documento disciplinario que no forma parte del magisterio de la Santa Iglesia.
    Ciertamente una lista de obras sobre muy diversos temas y prohibidas por muy distintas causas solamente constituye un documento disciplinario.
    Hay quienes agregan, para darle más peso a esta bula, que Pío IX en su declaración dogmática de la Inmaculada Concepción menciona a Alejandro VII diciendo de él, “quien autoritativa y decisivamente declaró el pensamiento de la Iglesia.” Quienes esto hacen, se engañan y engañan a quienes cándidamente los leen sin corroborar las fuentes. Hay que considerar que el Papa Alejandro VII promulgó en Diciembre 8 de 1661 la constitución Sollicitudo Omnium Ecclesiarum, decreto con el que refrendaba en la Iglesia Católica la creencia de la concepción sin mancha de María Santísima, aunque sin afirmar la definición dogmática. Es a este Breve Pontificio a lo que Pío IX se refería. Esto queda del todo claro cuando se lee la Ineffabilis Deus:
    «Pues nuestros mismos predecesores juzgaron que era su deber defender y propugnar con todo celo, como verdadero Objeto del culto, la festividad de la Concepción de la santísima Virgen, y concepción en el primer instante. De ahí las palabras de Alejandro VII, nuestro predecesor, quien autoritativa y decisivamente declaró el pensamiento de la Iglesia, diciendo: “Antigua por cierto es la piedad de los fieles cristianos para con la santísima Madre Virgen María, que sienten que su alma, en el primer instante de su creación e infusión en el cuerpo, fue preservada inmune de la mancha del pecado original.”»
    No queda duda de que Pío IX elogia a Alejandro VII por su constitución Sollicitudo Omnium Ecclesiarum y no por la publicación de una lista de obras prohibidas.
    Así pues, nuevamente tenemos que no hay una aprobación ni condenación de la Iglesia para ninguno de los dos modelos astronómicos…
    En todo esto, quizá debamos ver una intervención directa de la Divina Providencia. Porque, de haber condenado al heliocentrismo en el siglo XVII, la Iglesia se habría equivocado en los siglos XVIII y siguientes al excluir del Index los libros copernicanos y permitir que se publicasen obras que exponían el sistema heliocéntrico. Sin embargo, sabemos que la Iglesia es inerrante y por lo tanto no erró ni en el siglo XVII, ni en el siglo XVIII, ni erró jamás ni errará nunca.
    Como corolario, debemos reconocer que ni defensores ni opositores de algún modelo astronómico deben mezclar la doctrina en estas controversias científicas y no exegéticas. Serario, Caccini, Grassi, Galileo y otros erraron al no limitar la discusión al campo correspondiente. No hagamos nosotros otro tanto.

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